jueves, 13 de noviembre de 2008

Maldito Morfeo

8 de septiembre, 6 de la mañana. Vuelvo de bailar, última noche en Bariloche. Me quiero matar, lo vi a Juan con otra. El cansancio puede más que yo, más que mis ganas de pelear con él, más que mis ganas de cumplir con mi promesa de quedarme ahí para siempre.
Sin pensar en nada, me quedo dormida en el lobby del hotel, finalmente el cuerpo le ganó a la mente. Me despierto al grito de "a desayunar" y me doy cuenta de que otros 25 habían caído conmigo. Llegó al comedor, pero la resaca no me deja comer nada, sólo tomar un poco de yogur horrible. Duermo otra vez, en el comedor, junto con otras almas que se rinden ante Morfeo y sólo me levanto para salir corriendo al baño y devolver el yogur, y todo el alcohol con el que ahogué mis penas la noche anterior.
Cuando salgo, no entiendo nada, el coordinador me apura, me dice que me tengo que subir al micro, que duermo ahí. La idea de un coche cama con aire acondicionado me entusiasma, y obedezco de buena voluntad. Cuando subo, me encuentro con un dormidero ambulante, mis compañeros de sueño también están ahí, descansando, soñando.
Recién ahí me entra la duda, porqué dormir arriba de un micro, y no en mi cama, en la habitación que me albergó estos últimos diez días. No importa, no importa nada. No importa donde, ni cuando ni porqué. Solo quiero dormir. Me siento al lado de A, que sigue despierta vaya uno a saber por qué. "Estas bien" me pregunta. "Si, vomité un poco nada más". "No mogólica, por Juan te digo". Ya ni en eso pienso, quiero dormir, "mañana en el desayuno hablo con él" pienso, y me dejo caer en ese asiento reclinable.
14:00 hs. Despierto, estoy descansada, la resaca me mata. miro la ventana y veo la ruta. Ahí entendí todo. ESTÁBAMOS VOLVIENDO A BS AS. Sin pensarlo, sin siquiera sospechar, me adentré en mi propia pesadilla, yo y otras 30 personas nos habíamos dejado engañar y voluntariamente rompimos con mi promesa. Nos engatusaron con la promesa de un largo descanso, con el "Mañana no se levantan temprano", nos vendieron gato por liebre, nos hicieron el engaña pichanga. Me siento una estúpida, ni siquiera resongué un poquito, yo misma me senté en el vehículo que me traería de nuevo a esta realidad que vivía antes del 30 de agosto, de vuelta a las preocupaciones, de vuelta a mi vieja. No quiero ver a mi vieja.
Bajo a la cabina del conductor a fumar un cigarrillo. Tengo bronca, no nos pueden hacer esto. El conductor me cuenta algo como que nos fuimos sin los coordinadores y tuvimos que volver a buscarlos, que por eso perdimos 3 horas de viaje, y nosotros ni nos dimos cuenta.
¿Cómo puede ser? No iba a ver más a Juan, y yo me pasé la última noche enojada con él. El reloj de arena eterno que tenía dentro se había roto, y yo había desperdiciado todo el tiempo que me regaló.
Hablando de Roma, Juan baja a fumar también. Le cuento mi desilusión, él dice que también se dejo engañar, que no sabía. Charlamos hasta que nos dicen que subamos, que vamos a pasar por un control y no podemos estar fumando. Pero yo estoy mareada, por lo que me acompaña a la parte de abajo del micro y me recuesto sobre él. Y ese momento, justo ese momento, vuelve atrás todo lo que había pasado la noche anterior, como si nunca hubiera estado con otra, como si fuera solo mío. Me juro que voy a atesorar ese momento, que lo voy a aprovechar. Pero cuando me quiero acordar ya pasaron tres horas. Su cabeza esta arriba de la mía, y me esta babeando. Sí babeando. Nos habíamos quedado dormidos, y él babea. BABEA. Pero en fin, fue tierno.
Las últimas doce horas de viaje las paso al lado de él, charlando, riendo, escuchando música, llorando. Llorando por la angustia que me reinaba, porque teníamos que volver y no quería. El me abrazaba, como nunca nadie me abrazó. Mi vida fue perfecta por doce horas.
Pero a las 10:00 hs del 9 de septiembre me bajo de ese micro, agarro mis valijas (que no sé quien las cargo al micro) y saludo a mi familia. Miro hacía el micro, y saludo tratando de esbozar una sonrisa, conteniendo las lágrimas. Saludo, y el micro se va, va a dejar al resto de los pasajeros. Pero justo cuando arranca el micro, veo una valija abandonada en el medio de la calle. Pregunto, no es de nadie. Miro la tarjeta con el nombre, es de Juan. Que humorcito que tenés Dios ehh. Llamo, aviso que quedo la valija. Vuelven, el conductor carga la valija y se sube. Él ni siquiera se baja a saludar. Se van, se va. Se fue.

No hay comentarios: